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domingo, 25 de julio de 2010

Profesionales Pobres vs Gremialistas Ricos

El gremio de los bancarios acordó en marzo un 23,5%. Los trabajadores de la alimentación cerraron en mayo un 35% de aumento salarial, seguido por el Sindicato de Obreros Curtidores, que consiguió un 49%. En junio, Comercio cerró un 30% y Camioneros, un 25%. Luz y Fuerza, que había logrado en abril un 22%, pretende reabrir paritarias para que Oscar Lescano, su titular, "no pase por tonto". La UOM insiste con un piso de un 30%. Smata apunta a un número similar, aunque en este caso se daría una negociación general para fijar un piso y cada una de las comisiones internas podrá negociar un incremento superior. En este último caso, los reclamos superaron el 70%. Próximamente, se definiría la situación en el gremio gastronómico que busca un aumento promedio del 35%.

Puchos más, puchos menos, este es el panorama sindical actual. Estos cambios llevan el salario mínimo en estos sectores a valores de entre $ 3000 (trabajadores de la alimentación) y $ 5000 (bancarios). Nada mal. ¿Es suficiente? Probablemente no. En la Argentina de hoy, un hogar tipo con menos de $ 4000 por mes no tira manteca al techo. ¿Son exagerados los aumentos? Difícil de responder. Cada sector tiene un pasado diferente, una realidad distinta y un futuro, en gran parte de los casos, incierto.

Sin dudas, la inflación no ayuda. Que la economía tenga en períodos recesivos un piso estructural de 15% y encima un Indec medio bobo, garantiza en ciclos expansivos guarismos superiores al 20% anual. Esto me deposita en dos cuestiones que me preocupan e intentaré explicar con la mayor claridad posible a pesar de mi profesión.

Aquellas empresas que no pueden aumentar sus precios por encima de estos números se encaminan en el mejor de los casos a una agonía con final anunciado. Por supuesto, esto no es un problema para las diez multinacionales ubicadas en el país, probablemente tampoco para aquellas medianas empresas de perfil exportador que surgieron luego del 2001. Si lo es para las miles de Pymes, intensivas en mano de obra, que emplean al 70% de la población económicamente activa. Los niveles de producción de esas empresas cayeron más de 20% durante los últimos dos años, su rentabilidad se deterioró un 50% desde 2005 y su ocupación está hoy a niveles de fines de 2006 (Observatorio Pyme dixit).

Puede sonar a "operativo desánimo", pero en este contexto no esperemos un desempleo menor a 9% y acostumbrémonos, como en los últimos dos años, a un Estado productivo creando los únicos trabajos "formales" de la economía. La informalidad laboral será moneda corriente, incentivada además por las restricciones al acceso de la asignación "universal" por hijo, sólo asequible para trabajadores informales. Para el Estado argentino, aquel que gana $ 1300 en blanco y se lleva unos pesos en negro, situación muy típica en las Pymes argentinas (que pagan los mismos impuestos y cargas sociales que las "diez multinacionales"), es un tipo acomodado. De los $ 10.000 millones que informalmente se asignaron al plan lanzado en octubre de 2009, se repartieron no más de $ 3500 millones. O Argentina es Suiza o algo falla en la implementación (seguramente más de uno va a opinar que somos Suiza). 

La segunda cuestión que me hace un poco de ruido es la dinámica de los sueldos en el mercado laboral. Es cada vez más común en algunas empresas encontrar operarios que ganan más que sus supervisores, sobre todo luego de la ola de despedidos a niveles gerenciales durante la recesión de 2009. El mercado laboral argentino está tomando ribetes extraños. 

En el tramo profesionalizado, aunque hay pleno empleo, hay poco dinamismo. Mientras los salarios de convenio se encuentran (en promedio) al mismo nivel en dólares que durante la convertibilidad, los salarios privados corporativos están 38% por debajo de dicho benchmark. Sin ánimo de hacer una defensa corporativa, no hay que ser muy inteligente para darse cuenta que los incentivos no están alineados. Inmersos en la sociedad del conocimiento, la Argentina premia más al camionero (como paradigma del trabajo sindicalizado) que a los ingenieros o a los médicos. Seguramente el primero cobre lo que corresponde (o incluso menos), pero la pregunta (estimo de fácil respuesta) es: ¿Están el médico o el ingeniero bien pagos? 

Las causas de ambos fenómenos son variadas, pero no es el objetivo del presente concentrarme en las mismas. La idea es poner el foco en una dinámica que, al margen de los números, de las profesiones u oficios, de las tendencias políticas o ideológicas, de las preferencias futbolísticas, huele mal. Algo no cierra. 

El autor es economista de la consultira Prefinex