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sábado, 20 de noviembre de 2010

Teoría Financiera Psicológica o "Behavioral Finance"

Teoría Financiera de la Conducta o Psicológica
  • Con demasiada frecuencia, las decisiones que tomamos en materia de inversión se ven influidas por emociones y sesgos inconscientes que nos hacen elegir opciones poco favorables ó poco óptimas.
  • Entre los sesgos más perniciosos se encuentran aquellos que llevan a los inversores a perseguir las inversiones de mayor rentabilidad a corto plazo, haciéndoles reticentes a reajustar el equilibrio de sus carteras y suscitando en ellos reacciones desmedidas ante una volatilidad coyuntural. 
  • Aquí puede resultar útil insistir en algunos principios atemporales de la inversión:
    • Lo que importa son los resultados totales de una cartera, no los rendimientos logrados por cada uno de sus componentes.
    • Cuanto menos correlacionadas estén las inversiones de una cartera, mejor: la diversificación efectiva significa, por tanto, que no todas las inversiones evolucionarán igual al mismo tiempo. 
  • Los rendimientos de los mercados de capitales se caracterizan por revertir a la media. Por eso, el reajuste sistemático del equilibrio de la cartera añade rentabilidad al tiempo que reduce el riesgo.

¿Qué lleva a las personas a seleccionar opciones de inversión contraproducentes?

Perseguir las inversiones más rentables del momento, ya sea escudriñando en las distintas clases de activos o a través de ges­tores de inversiones, parece ser una característica permanente del proceso empleado en la toma de decisiones. De alguna manera los inversores se sienten irremediablemente atraídos por el tema financiero más en boga y mientras intentan sacar partido de él suelen quedarse atrapados en una situación inverosímil, una y otra vez, como por ejemplo, la burbuja biotecnológica, la burbuja de Internet y, más recientemente, la burbuja inmobiliaria.

Los que estudian la evolución de los mercados financieros en periodos largos recordarán el boom de los conglomerados expe­rimentado en los años 60, el boom "nifty-fifty" (las 50 acciones favoritas de los inversores) a principios de los 70 y la moda de las absorciones nacida en los años 80.

¿De verdad somos así de incompetentes? ¿Qué nos lleva a estas situaciones extremas? Para responder a estas preguntas ha surgi­do una disciplina académica llamada "behavioral finance" (teoría financiera conductista o psicología financiera), que es el resultado de una colaboración improbable entre economistas y psicólogos.

Aunque ninguno de estos grupos se distingue por su habilidad predictiva, juntos han desarrollado un marco de trabajo que arro­ja mucha luz sobre el modo en que se toman decisiones. Destaca la labor de Daniel Kahneman, un psicólogo cuyas obras sustentan buena parte de este informe y ganador del Premio Nobel de Economía en 2002 por sus aportes en este campo.

Así pues, vamos a repasar algunos de los postulados de su traba­jo así como otros aportados por algunos de sus colegas. Como era de esperar, su investigación revela, de forma obvia, que cuan­do se trata de dinero, no siempre se toma una decisión racional. Por el contrario, el proceso decisorio a menudo está teñido de poderosos sesgos; algunos nos hacen actuar de forma muy con­servadora, y otros nos inducen a asumir riesgos excesivos.

El primero de estos sesgos recae en el lado conservador. Se trata de un sesgo que podría definirse como "afecto por la certidum­bre". Los estudios muestran que la mayoría de inversores tienen una preferencia desproporcionada por los productos financieros que no se ven afectados por la volatilidad entre periodos. Para describir esta tesis, examinemos los resultados del siguiente pro­blema de elección.

La elección que nos proponen es interesante: puede elegir la op­ción A, en donde existe una probabilidad del 80% de que gane 4.000 dólares y una probabilidad del 20% de que no gane nada (con un valor esperado de 3.200 dólares) o la opción B, en donde ganaría 3.000 dólares con seguridad (Figura 1).

Quizás no le sorprenda saber que cuando los inversores se en­frentaron a esta elección, el 80% escogió la opción B. Aunque el valor esperado de la opción A es superior al de la opción B, siendo 1.000 $ superior en 4 de cada 5 casos, la mayoría de inversores optaría por renunciar al dinero extra y apostar por el resultado seguro.

El efecto del sesgo en la construcción de carteras

Este sesgo sale a relucir en las asignaciones de activos. Durante un tiempo, el patrimonio de la mayoría de familias ha estado excesi­vamente concentrado en inversiones que generaban rendimientos conocidos o con escaso margen de sorpresa a costa de sacrificar considerablemente las rentabilidades a largo plazo. Evidentemen­te, la ambigüedad les resulta molesta a los inversores, por lo que están dispuestos a renunciar a una buena cantidad de rentabilidad para eliminarla.

El segundo aspecto característico sobre los inversores, que reviste una gran importancia, es la fuerte aversión a las pérdidas que muestran, lo cual es muy distinto de tener aversión al riesgo. Examinemos la siguiente situación. Arrecian malos tiempos y usted tiene que tomar una decisión delicada: optar por la opción A, don­de existe una probabilidad del 80% de que pierda 4.000 dólares, frente a una probabilidad del 20% de lograr esquivar totalmente las pérdidas. El valor esperado de esta opción es una pérdida de 3.200 $. La otra alternativa es elegir la opción B, en donde simple­mente acepta una pérdida de 3.000 $ y se retira del juego.

Esta es la misma situación que el ejemplo anterior, excepto con las expectativas cambiadas, ya que ahora contemplamos pérdidas en vez de ganancias, una condición que insta a una transforma­ción total de la actitud. Cuando nos enfrentamos a la perspectiva de una pérdida segura, mostramos una disposición abrumadora a apostar todo para eludirla, aun cuando el valor esperado de la apuesta represente en realidad una pérdida mayor (Figura 2).

De esto, y de muchos otros supuestos parecidos, se desprende claramente que en nuestra mente las pérdidas tienen mayor peso que las ganancias. Para la mayoría de nosotros, el disgusto que produce una pérdida determinada supera con creces la satisfac­ción que genera una ganancia equivalente. De hecho, los estudios llevados a cabo sobre este tema revelan que equiparamos las ganancias con las pérdidas en una proporción aproximada de 2:1.

Una disyuntiva desproporcionada

En la figura adjunta a continuación se muestra cómo funciona la aversión a pérdidas (Figura 3). Allí se refleja el valor que conce­demos a las pérdidas y las ganancias derivado de experiencias tomadas del mundo real. Observe que conforme entramos en el cuadrante de las pérdidas potenciales, la pendiente de la curva se amplía bruscamente. El mensaje que cabe extraer del gráfico es inequívoco: a los inversores no les gusta perder dinero. Quizás lo único que les disgusta más aún es que sean otros los que lo pier­dan por ellos. Así pues, las inversiones susceptibles de sufrir pér­didas potenciales, ya sea en respuesta a un mal comportamiento reciente o por otros factores desestabilizadores, se valorarán de tal modo que ofrezcan rendimientos potenciales más altos en función de los riesgos que efectivamente entrañan.
 
Dicho de otro modo, el vendedor está dispuesto a ofrecer el acti­vo a un precio bajo para eliminar la tensión que supone mantener­lo y que el inversor ya no puede soportar.

Los inversores de valor encuentran su hueco en el mercado gracias a su disposición a asumir esa tensión. Viven su vida con desazón y temor, expuestos a reiteradas amenazas a su autoestima, todo ello a cambio de lograr el digno objetivo de ver incrementado su patrimonio a un ritmo algo más rápido.

Cotizaciones 3ra semana Noviembre