
Como se visualiza en el gráfico, existe un caos de deudas entre los países de la Unión Europea. Haz click en la foto para agrandarla.
La deuda pública en Grecia no es sino la primera de una serie de bombas de deuda dispuestas para estallar. Las deudas hipotecarias en las economías postsoviéticas y en Islandia son más explosivas. Aun cuando esos países no están en la eurozona, el grueso de sus deudas está denominado en euros. Alrededor del 87% de las deudas de Letonia lo son en euros y otras monedas extranjeras, y están sobre todo en manos de bancos suecos, mientras que Hungría y Rumanía tienen deudas en euros sobre todo con bancos austriacos. De modo que el endeudamiento de los gobiernos de los países no miembros del euro ha sido contraído a fin de sostener unas tasas de cambio que permitieran al sector privado pagar sus deudas con los bancos extranjeros, no a fin de financiar un déficit presupuestario nacional, como en Grecia.
Todas esas deudas son altas al punto de lo indevolvible, porque el  grueso de estos países están en trance de incurrir en déficits  comerciales cada vez más profundos y se hallan abismados en una  depresión. Ahora que los precios de los bienes raíces se están  desplomando, los déficits comerciales ya no pueden seguir financiándose  por el flujo entrante de préstamo hipotecario en moneda extranjera y de  venta de propiedades. No hay medio visible de apoyo para la  estabilización de las monedas (exempli gratia: unas economías  sanas). En los pasados años, esas economías han sostenido sus tasas de  cambio mediante préstamos de la Unión Europea y del FMI. Los términos de  esos préstamos son políticamente insostenibles: recortes drásticos del  presupuesto público, tasas fiscales más altas sobre unos salarios ya  sobreexigidos fiscalmente y planes de austeridad que redundan en el  encogimiento de la economía y la expulsión de más fuerza de trabajo  hacia la emigración.
Los banqueros en Suecia y Austria, Alemania y Gran Bretaña están en  vías de descubrir que extender el crédito a naciones que no pueden (o no  quieren) pagar puede convertirse en su problema, no en el de sus  deudores. Nadie quiere aceptar el hecho de que las deudas que no pueden  ser satisfechas no querrán ser satisfechas. Alguien debe cargar con el  coste, a medida que las deudas entran en mora o resultan depreciadas al  tener que devolverse en monedas drásticamente devaluadas; pero muchos  expertos jurídicos consideran poco menos que letra muerta los acuerdos  que exigen la devolución en euros. Toda nación soberana tiene el derecho  de legislar por sí propia las condiciones de su deuda, y los reajustes  monetarios y las depreciaciones de deuda no serán moco de pavo.
No tiene caso devaluar, salvo “en exceso”, es decir, lo  suficientemente como para alterar realmente las pautas comerciales y  productivas. Por eso Franklin Roosevelt devaluó el dólar un 75% respecto  del oro en 1933, elevando el precio de éste de 20 a 35 dólares la onza.  Para evitar una elevación proporcional de la carga de la deuda  estadounidense, lo que hizo fue anular la “cláusula del oro”, que  indexaba al precio del oro el pago de los préstamos bancarios. Y es aquí  donde se dará ahora la batalla política: en el pago de la deuda en  monedas devaluadas.
Otro producto lateral de la Gran Depresión en los EE.UU. y en Canadá  fue liberar de responsabilidad personal a los deudores hipotecarios,  posibilitando su salida de la quiebra. Los bancos que ejecutan hipotecas  pueden hacerse con la propiedad inmobiliaria puesta como colateral de  la deuda, pero no tienen mayores derechos sobre las hipotecas. La  práctica —fundada en el derecho común anglosajón— muestra cómo la  América del Norte se liberó a sí propia del legado de tipo feudal,  característico de las viejas y durísimas leyes europeas, que daban todo  el poder a los acreedores y encarcelaban a los deudores.
La cuestión es: ¿quién cargará con las pérdidas? Mantener las deudas  denominadas en euros causaría la quiebra de muchas empresas locales y  del sector inmobiliario. Al revés, redenominar esas deudas en moneda  local devaluada significaría la evaporación del capital de muchos bancos  que operan con euros. Pero esos bancos son extranjeros, después de  todo. Y al final, los gobiernos tienen que representar a su propio  electorado nacional. Los bancos extranjeros no votan.
Los tenedores extranjeros de dólares perdieron una 29ava o una 30ava  parte del valor en oro de sus reservas desde que los EE.UU. dejaron en  1971 de fijar al oro sus déficits de la balanza de pagos. Ahora reciben  menos de una trigésima parte de eso, puesto que el precio ha llegado a  alcanzar los 1.100 dólares la onza. Si el mundo puede aceptar eso, ¿por  qué no habría de aceptar la venidera depreciación de la deuda europea,  que viene al galope?
Hay un consenso creciente en que las economías postsoviéticas se  estructuraron desde el comienzo en beneficio de intereses extranjeros,  no de las economías locales. Por ejemplo, el trabajo letón soporta una  carga fiscal superior al 50% (trabajador, empresario y tasas sociales),  lo bastante alta como para hacerlo no competitivo, mientras que los  impuestos a la propiedad tienen tipos menores al 1%, lo que genera un  incentivo para la especulación rampante. Esa distorsionada filosofía  fiscal convirtió a los “Tigres Bálticos” y a la Europa Central en  privilegiados mercados de empréstitos para los bancos suecos y  austriacos, pero sus trabajadores no pudieron hallar trabajo bien pagado  en casa. Nada de eso —tampoco esas terribles leyes que desprotegen el  puesto de trabajo— puede hallarse en Europa Occidental, ni en las  economías de asiáticas o de América del Norte.
Parece irrazonable e irrealista esperar que grandes franjas de la  población de la Nueva Europa puedan doblegarse a exacciones salariales  de por vida, reduciéndolas a una perpetua servidumbre por deudas. Las  futuras relaciones entre la Vieja y la Nueva Europa dependerán de la  disposición de la eurozona a rediseñar las economías postsoviéticas  conforme a líneas más solventes: con un crédito más productivo y un  sistema fiscal menos sesgado a favor de los rentistas y que promueva el  empleo, antes que la inflación de activos, que empuja a la gente a  emigrar. Además de reajustes monetarios para afrontar una deuda  inabordable, la línea de solución adecuada para esos países pasa por un  desplazamiento de la carga fiscal, del trabajo a los bienes raíces, que  los asemeje más a Europa Occidental. No hay alternativa. De otro modo,  el inveterado conflicto de intereses entre acreedores y deudores amenaza  con escindir a Europa en dos campos políticamente hostiles, con  Islandia ensayando algo nuevo.
Hasta tanto no se resuelva el problema de la deuda —y la única forma  de hacerlo es negociar una depreciación de la misma—, la expansión  europea (la absorción de la Nueva Europa por la Vieja) parece encallada.  Pero la transición a esta futura solución no será fácil. Los intereses  financieros dominan todavía en la Unión Europea, y se resistirán a lo  inevitable. Gordon Brown ya ha mostrado su verdadera faz con sus  amenazas a Islandia de usar, ilegal e impropiamente, al FMI como un  agente recaudatorio de las deudas que Islandia no ha contraído  legalmente y de bloquear la entrada de Islandia en la Unión Europea.
Haciendo frente a los alardes intimidatorios del señor Brown —y al de  los holandeses, peritos falderos de los británicos—, el 97% de los  votantes islandeses se opuso a la solución de la deuda que Gran Bretaña y  Holanda querían hacerles imponerles a través de las tragaderas de los  miembros del Althing [el parlamento islandés; T.]. Un sufragio tan  elevado no se había visto en el mundo desde las viejas épocas del  estalinismo. Y es sólo un anticipo. La decisión que está ultimando  Europa hará verosímilmente salir a millones a la calle. Las alianzas  económicas y políticas se harán tornadizas, las monedas se desplomarán y  caerán gobiernos. La Unión Europea y aun el entero sistema financiero  internacional cambiarán de maneras que aún no se pueden prever. Eso  ocurrirá, especialmente, si las naciones adoptan un modelo de estilo  argentino y se niegan a pagar hasta que no se hagan descuentos  drásticos.
Para naciones que esperan mantener una módica sociedad civil, pagar  en euros es imposible, pues los bienes raíces y los ingresos y  personales se precipitan en la deuda técnica al exceder las deudas el  valor corriente de los flujos de ingresos disponibles para pagar  hipotecas o deudas personales. Los “planes de austeridad” al estilo del  FMI y de la Unión Europea no pasan de ser una jerga antiséptica,  tecnocrática, para designar el impacto mortal de la destrucción del  ingreso, los servicios sociales, el gasto en salud y hospitales, la  educación y otras necesidades básicas, así como el de la puesta en  almoneda de la infraestructura pública, que convertirá las naciones en  “economías saturadas de puestos de peaje” en los que todo el mundo  tendrá que pagar precios de acceso a las carreteras, la educación, la  asistencia médica y otras necesidades de la vida y de los negocios que  desde hace mucho son subsidiadas por una fiscalidad progresiva en  América del Norte y en Europa Occidental.
Las líneas de batalla se han fijado en torno al modo en que han de  ser honradas las deudas privadas y públicas. Para las naciones  reluctantes a honrarlas en euros, las naciones acreedoras les preparan  una buena exhibición de músculos a través de las agencias de  calificación del crédito. A la primera señal de que una nación se niega a  pagar en moneda fuerte, o aun incluso al primer amago de cuestionar  como impropia una deuda externa, las agencias entrarán a reducir la  calificación del crédito de una nación. Eso incrementará el coste del  empréstito, amenazando con paralizar la economía por la vía de asfixiar  su crédito.
El tiro más reciente fue el disparado el pasado 6 de abril, cuando  Moody’s degradó la deuda islandesa de estable a negativa. “Moody’s  reconoció que Islandia todavía podría conseguir un mejor acuerdo en  otras negociaciones venideras, pero dijo que la actual incertidumbre  dañaba las perspectivas económicas y financieras a corto plazo del  país”.
La lucha ha comenzado. Será una década harto interesante.
Michael Hudson trabajó como economista en Wall Street y actualmente es Distinguished Professor en la University of Misoury, Kansas City, y presidente del Institute for the Study of Long-Term Economic Trends (ISLET). Es autor de varios libros, entre los que destacan: Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire (nueva ed., Pluto Press, 2003) y Trade, Development and Foreign Debt: How Trade and Development Concentrate Economic Power in the Hands of Dominant Nations (ISLET, 2009). Actualmente es Economista en jefe del consejo de asesores de la Reform Task Force en Letonia. Publicado en www.sinpermiso.info. Traducción para Sinpermiso: Casiopea Altisench.
El gráfico pertenece a "The New York Times", y fue traducido por Sebastian Cendoya al español.
Michael Hudson trabajó como economista en Wall Street y actualmente es Distinguished Professor en la University of Misoury, Kansas City, y presidente del Institute for the Study of Long-Term Economic Trends (ISLET). Es autor de varios libros, entre los que destacan: Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire (nueva ed., Pluto Press, 2003) y Trade, Development and Foreign Debt: How Trade and Development Concentrate Economic Power in the Hands of Dominant Nations (ISLET, 2009). Actualmente es Economista en jefe del consejo de asesores de la Reform Task Force en Letonia. Publicado en www.sinpermiso.info. Traducción para Sinpermiso: Casiopea Altisench.
El gráfico pertenece a "The New York Times", y fue traducido por Sebastian Cendoya al español.
 
 
1 comentario:
Colapso Mundial explicado en 3 minutos
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