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lunes, 4 de octubre de 2010

¿Para qué quiere EE.UU. un yuan fuerte?

Empecemos haciendo algunas suposiciones. Supongamos que hay un País A, que tiene moneda propia y comercia con muchas otras naciones, entre ellas el País B, que tiene otra moneda. Supongamos que el primero se queja de que la moneda del segundo está subvaluada, porque esto perjudica injustamente a las exportaciones del País A y hace que las importaciones a sus ciudadanos insaciables sean irrazonablemente más baratas de lo que deberían ser. Entonces ­y con gran fe ciega­ supongamos que el valor de la moneda del País B cambia y se vuelve cada vez más fuerte. ¿Qué pasa entonces? No pensemos automáticamente en el reciente encuentro de dos horas del presidente Obama con el premier chino Wen Jiabao en Nueva York, en que Obama presionó para lograr un aumento del yuan y sigamos con las suposiciones.

¿Qué ocurre cuando la moneda del País B se vuelve cada vez más fuerte en los mercados internacionales, una movida alentada ­a decir verdad, fuertemente promovida­ por el gobierno del País A? Las exportaciones del País B se encarecen y las exportaciones del País A se abaratan, y los políticos y empresarios del País A saltan de alegría por las calles. Qué triunfo.

Qué arte de gobernar.

¿Eso es todo? Bueno, lamentablemente no, y por varias razones.

La primera es que el País B quizás posee materiales, como metales raros, que el País B necesita desesperadamente y no puede encontrar en otra parte del mundo, y por eso hoy paga más por la misma cantidad de esas importaciones. Y el País B quizás ya no posee empresas que fabriquen productos tales como juegos para niños y engranajes para bicicletas y binoculares de primer nivel, y entonces necesita comprar esos artículos al País B, lamentablemente a un precio más elevado. Tal vez, con el correr del tiempo, el País A encuentre empresarios que empiecen a fabricar engranajes para bicicletas en forma local, pero ¿cuánto tiempo "tiene que correr"? ¿Diez años? Segundo, y aún más importante en un mundo turbulento donde las naciones no son sólo entidades de comercio sino también entidades de poder e influencia, un país con una moneda debilitada comienza a sentir las consecuencias en el escenario mundia l. La primera es el impacto sobre su poder de compra internacional, algo que la mayoría de los economistas estadounidenses categóricamente apartan de sus recetas, tal vez porque crecieron en un mundo regido por el patrón dólar y piensan sólo en el poder de compra interno. Pero ese modo de pensar es obsoleto.

Supongamos, por ejemplo, que cierto país africano posee minerales vitales, como tungsteno, manganeso o cobalto, todos los cuales se necesitan para los sistemas más modernos de comunicaciones, incluido el armamento de última generación. Estos minerales son sumamente importantes para la economía de EE.UU., pero no menos para las economías de China, India, Japón, la Unión Europea y otros compradores. ¿Qué ocurre, entonces, cuando el valor del dólar se desploma en las bolsas del mundo y el valor del yuan sube? Dólar débil = EE.UU. débil Lamentablemente, ese tungsteno se vuelve más caro para la industria estadounidense, y mucho más barato para un complejo industrialmilitar chino cuyo apetito parece crecer día a día. Un dólar estadounidense débil es sinónimo de un EE.UU. débil. ¡Gracias a Dios que todo esto es una suposición! Pero, por cierto, no lo es. El bienintencionado gobierno de Barack Obama, acosado por los sindicatos por un lado y por los irresponsables del Tea Party por el otro, está presionando a Pekín para que revalúe (es decir, fortalezca) su moneda y en EE.UU. todos parecen pensar que es una buena idea. EE.UU. le venderá más a China, China le venderá menos a EE.UU., se corregirá el desequilibrio de la balanza comercial... y quizás las vacas vuelen.

Por supuesto que habrá una que otra empresa estadounidense que se beneficiará si el valor del yuan aumenta un 20%. Pero sospecho que, en términos generales, la economía de EE.UU.

se beneficiará mucho menos porque gran parte de ella está basada estructuralmente en las importaciones de China. ¿En qué se beneficia EE.UU. si, por ejemplo, las remeras de 8 dólares hechas en China que vende Walmart suben a la colosal cifra de 10 dólares cada una? Mi impresión, como ingenuo no economista, es que no beneficia en absoluto a EE.UU., sólo agrava el déficit comercial.

Pero el principal motivo por el cual EE.UU. no debería alegrarse de un fortalecimiento sostenido del valor internacional de la moneda china es geopolítico y, más crudamente, militar. Porque la realidad histórica es que nunca la moneda de un país (y por ende, su poder de compra) ha cedido terreno a la de otro sin una consecuente cesión de poder e influencia internacionales .Así como las monedas intercambiadas por los mercaderes de Toscana dejaron paso a las operaciones en florines holandeses, y sucesivamente, en francos alemanes, libras esterlinas y dólares estadounidenses, del mismo modo giraron las ruedas de la historia mundial, con cambistas siempre en busca de la próxima moneda fuerte. Los cambistas, claro, no saben de lealtades.

Hoy se están volcando a Pekín; algunos de ellos quizás recomendaron hace poco al gobierno malayo que comprase bonos en yuanes, y no en los viejos dólares. Los países del Golfo les siguen los pasos.

Basta con observar la menor participación del dólar en las tenencias mundiales de moneda extranjera en comparación con 25 años atrás.

No es una historia grata.

El dinero y el poder Dólar achicado significa influencia achicada. Olvidemos las quejas de las clases medias estadounidenses cuando salían en los últimos meses de sus cafés franceses e italianos con un agujero considerable en sus tarjetas de crédito en dólares.

Pero aquí no se trata de eso. Se trata de que cuanto más se debilita el dólar (u otras monedas aumentan de valor, lo que es lo mismo), más disminuye el poderío internacional de EE.UU. No se puede tener poder internacional con una moneda tambaleante. Por décadas, los nacionalistas de Japón esgrimieron un eslogan que decía algo así como "¡Ejército fuerte, país grande!".

Adaptándolo a hoy, podría ser "¡Moneda sana, nación influyente!". La debilidad o la fortaleza en un aspecto del poder nacional suele trasladarse al siguiente.

En 1945, EE.UU. estaba en la cúspide de su poder relativo en asuntos internacionales. Casi todo el resto del mundo estaba afectado por la devastación de la guerra, el subdesarrollo colonial o los problemas económicos. EE.UU. poseía casi todas las reservas en oro y en moneda extranjera del planeta, y todo el mundo necesitaba desesperadamente dólares. Hoy ya no es así. Europa occidental y Japón fueron los primeros en ponerse a tono. Ultimamente, el resto de Asia, incluidos las gigantescas China e India. La industria de EE.UU.

viene declinando desde hace 50 años, pero el consumidor de este país todavía quiere sus muebles, ropa de cama, juguetes, batería de cocina... todo hecho en China. Y el Tesoro estadounidense aún necesita vender sus billetes a Asia.

Presionar a China para que revalúe es tarea inútil. Pekín simplemente despreciará aún más a EE.UU. y mirará con asombro las cartas que recibió en la mano de poker. O bien el pedido estadounidense será desestimado amablemente ­lo cual siempre es agradable que suceda­ o bien el yuan subirá, y el billete verde se debilitará más, y entonces los traders de monedas ­y, sobre todo, los gobiernos de Asia, Africa y América Latina­ tomarán nota y comenzarán a desligar sus tenencias externas de un dólar cada vez menos fiable.

¿Pero acaso alguien escuchará en Washington, o en la Fed? En este momento, parecen prestos a otorgar más estímulos (sic) a la golpeada economía con la máquina de imprimir billetes, como hizo cierto desesperado Tesoro latinoamericano en los 70. Y así le fue.

Es claro que una Fed o una Casa Blanca cercadas no tienen ante sí ninguna opción fácil, y un no economista como yo considera que sería falso ofrecer recetas económicas. Pero al estratega y al historiador lo angustia la idea de una moneda china mucho más fuerte, y en consecuencia, de un dólar mucho más débil. Sería como pasarle una pila de las fichas de poker que nos quedan a un adversario que ya tiene muchas más fichas que nosotros. No es una buena idea.


*Paul Kennedy es profesor de la cátedra Dilworth de Historia en la Universidad de Yale, y es autor o compilador de 19 libros, entre ellos: Auge y caída de las grandes potencias.

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